viernes, 21 de septiembre de 2007

la noche de las flores


-¿Ya tienes mi sorpresa?-Y bueno... pero si no sales ya, se va a malograr. ¿ya estas saliendo?-¡Ay Dios! ¿como que se va a malograr? ¿y ahora?-Nada, que a que hora sales caramba-Mmmm...es que todavía tengo que enviar un par de "mails", una media hora más o menos-!¿media hora?¡...¿y no pueden ser diez minutos?-Pucha poni, no se, veinte de repente
-Es que estoy con esto acá y bueno, que ya quiero verte
-¡Ay Dios! esperame amor, por favor. No se ¿no quieres ver tiendas?
-No pues poni, como voy a estar dando vueltas con ... esto. Bueno ya, en 20 minutos estoy en la puerta. ¿me llamas?
-Ya ya, te llamo. Beso
-Bezono
Quince minutos antes, registraba con cierta angustia las estanterías de cierto emblemático supermercado en busca de cierto improvisado regalo. La noche anterior, como viene sucediendo con demasiada frecuencia, tuvimos que cancelar- destino aciago -nuestra cita espontánea de la semana. Tuvimos. Nosotros. Ella y yo.
"Que fíjate, que el primo de mi viejo, uno que era médico y que tenía la misma edad y todo, y que de joven lo ayudó un montón, pues que se acaba de morir; bueno no se acaba de morir precisamente pero que me acaba de avisar mi mami que el pobre ha fallecido porque fíjate que tremenda joya que era, y que algo tenía mal porque se ha muerto y no precisamente de muerte natural".
Como es lógico y harto comprensible, perdí la paciencia, las ganas y toda señal de esperanza, pues otra postergación dentro de nuestro despintado itinerario socio-romántico representaba más que una tragedia, una afrenta. Y aunque todavía cabía la posibilidad del encuentro dentro de lo que se podría considerar un cambio de planes, un velorio no sería jamas y de ninguna manera la opción mas tentadora. No que no. Las huevas. ¡Nein!. ¿Entonces?. Desastre total. I say hello and you say goodbye.
Y es así como, luego de un día aun más triste que el mencionado acto velatorio, llegué hasta los encerados pasillos de aquel supermercado, guiado por el insano instinto de la reconciliación, ese que te obliga a perpetrar cual fanático suicida, las más curiosas hazañas, si no las menos sensatas. Fui víctima de la espontaneidad. Me llamas por la tarde, yo emocionado, ofrezco ir a verte; quedamos a la salida de nuestros respectivos trabajos, como era de esperarse me dices que aún no puedes salir cuando te llamo, no importa amor me doy una vuelta mientras vamos pensando a donde podemos ir, !ay que lindo amor¡ yo te llamo en un ratito porque ahorita termino ¿ya?, ok ¿me llamas?, te llamo. Eso fue todo, era cuestión de esperar, darse una vuelta, comprarse un Sublime (yo no fumo, gracias), y bueno, por acá cerca hay un supermercado y a lo mejor me compro algo más, o que se yo ¿y si te compro algo también?.
Y eso sería todo, a menos que ese algo representara más que un simple gesto de buena voluntad.
Genio. Ahora estoy parado como un fantasma en el atrio de este edificio horrible, respirando el aire mugroso del anochecer capitalino, tratando de soplarme el frío moscovita de este invierno y de no hacer mucho caso a las miradas sorprendidas de los transeúntes idiotas. ¿Es que nunca han visto el preámbulo de una reconciliación? Claro, esos avisos de la tele deberían tener una advertencia. Pero no, resulta que el backstage de las escenas románticas no suele ser tan romántico.
Alguien se asoma por una de esas enormes ventanas. Y luego alguien más. Desaparecen entre risas  de conmiseración. Definitivamente nunca han visto el preámbulo de una reconciliación.
Y claro, obviamente ya han pasado más de 20 minutos desde que hablamos por el celular, y por supuesto ya no me contestas porque obviamente debes estar apagando el computador, o debes estar metida en el ascensor, en el baño o en alguna de esas oficinas con ventanas enormes por donde asoman muy divertidos los muchachos que no serían capaces de pasar tamaña vergüenza.










sigue...